ADIÓS

Llegaron y se fueron.
Los nervios, el café, los agobios, los madrugones, las mañanas-tardes bibliotequeras, las risas incontrolables, los “no me sé nada tía”, los “no te preocupes, yo tampoco”, los chillidos, la comida rápida porque no me apetece cocinar, las llamadas de teléfono a las tantas de la mañana, el pasar hojas y hojas para ver lo que me queda todavía por estudiar, las miradas continuas al reloj-móvil, el intentar adivinar qué caerá en el examen de mañana, los apuntes, los papeles esparcidos por toda la casa, las mandarinas de los descansos estudiantiles, los garrotes, los pinchos de tortilla, las visitas a ciencias, el sentirme bien por todo lo que tienen que estudiar los pobres médicos-químicos y todos los de su especie, el pensar que septiembre no es una época tan mala para estudiar y volver a ver a los amigos, el echar de menos a todo el mundo que dejas de ver por estudiar, el estar tres días en casa sin salir, los exámenes orales, los escritos pero con libro de profesores geniales, los exámenes que se suponía que iban a ser fáciles pero no lo fueron, gastar un bolígrafo cada dos días, cantar, cantar y cantar, los descansos de “el día que se hace un examen no se estudia, así que vamos a tomar algo”, el soñar con el día de nuestra libertad, el hacer miles de planes que seguramente luego no cumpliremos, ¿y qué?, escuchar música durante cuatro horas seguidas porque es imposible estudiar Deontología sin aburrirse, cargar la página de gestión académica de la unav cuatro veces al día, o más, las revisiones, el charlar de Cuba continuamente, y de la licenciatura, y de lo que nos apetece ir a comprar cualquier cosa, aunque sea una tontería, y el alegrase porque hace mal tiempo, y los malditos domingos delante del libro.

Todavía sigo cargando la página de las notas para ver si hay alguna sorpresa…
Cartier Bresson también me abandonó, pero guardé esta foto.